El orden del día. Éric Vuillard

El sol es un astro frío. Su corazón, agujas de hielo. Su luz, implacable. En febrero los árboles están muertos, el río, petrificado, como si la fuente hubiese dejado de vomitar agua y el mar no pudiese tragar más. El tiempo se paraliza. Por las mañanas, ni un ruido, ni un canto de pájaro, nada. Luego, un automóvil, otro, y de pronto pasos, siluetas que no pueden verse. El regidor ha dado los tres golpes pero no se ha alzado el telón.

Estamos en Berlín, 1933, una reunión va a comenzar con un orden del día que se repite desde hace mucho tiempo. Los pilares económicos del país son convocados para elevar a una fuerza reciente en el panorama político del país, una vez más es hora de hacer caja. Un nuevo orden se establece en el país y en el mundo, la historia se repite. Las reuniones y los encuentros continúan con nuevos ordenes del día, Austria pasa a manos de Alemania, Downing Street debate en interminables reuniones, Hitler reclama Checoslovaquia, una conferencia y concedida.

El orden del día compone un puzzle formado por piezas fragmentarias de la historia que encajan con maestría para mostrarnos congelado en el tiempo la mancha de aceite alemana que se extendió en Europa en los años 30 del siglo pasado. Breve y conciso, Éric Vuillard consigue diseccionar a los protagonistas de este momento para denunciar la amoralidad de sus acciones.

Al día siguiente, en Londres, Ribbentrop fue invitado por Chamberlain a un almuerzo de despedida. Tras pasar varios años en Inglaterra, el embajador del Reich acababa de ser ascendido. En lo sucesivo será ministro de Asuntos Exteriores. Así pues, acudió a pasar unos días en Londres para despedirse y devolver las llaves de su casa. Porque se cuenta que, antes de la guerra, Chamberlain, que poseía varios pisos, tenía a Ribbentrop de inquilino.



El orden del día
Éric Vuillard
Tusquets. 2018
141 pág.

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