El candelabro enterrado. Stefan Zweig

Un espléndido día de junio del año 455, justo cuando, en la hora tercia, en el circo Máximo de Roma había terminado el sangriento combate de dos gigantescos hérulos contra una piara de jabalíes hírcanos, una creciente agitación se apoderó gradualmente de los miles de espectadores. Al principio había llamado la atención sólo de los más cercanos que, en la tribuna separada, ricamente adornada con tapices y estatuas, donde tenía su asiento el emperador Máximo rodeado de sus funcionarios, hubiera entrado un mensajero cubierto de polvo, que, obviamente, acababa de descabalgar del caballo tras una acalorada carrera, y también que, apenas hubo comunicado la noticia al emperador, éste, en contra de los usos y costumbres, se levantara interrumpiendo el enardecido espectáculo; toda la corte lo siguió con prisa igualmente llamativa y pronto se vaciaron también los asientos asignados a los senadores y demás dignatarios. Una salida tan precipitada debía de tener un motivo importante.

La fluidez y la elegancia de la prosa de Stefan Zweig llega a su cumbre en este breve relato que entremezcla ficción y realidad. Escrito en 1937, es un relato de desdicha que anuncia el Anschluss, la invasión de Austria por la Alemania nacionalsocialista y la introducción de  las leyes raciales fascistas en Alemania e Italia que sucederían al año siguiente.

Zweig toma como motivo la supervivencia de la Menorah, un candelabro sagrado para el pueblo judío, especialmente importante tras la destrucción del templo sagrado de Jerusalén y el éxodo lleno de desdichas del pueblo judío.
Partiendo del relato de Procopio de Cesarea en su tercer libro de la Historia de la Guerra, general y consejero de Belisario y de la Historia de la ciudad de Roma en el medievo de Ferdinand Gregorovius, Stefan Zweig se impregna de la sacralidad y misticidad de la religión hebrea para componer en un ritmo poético una historia de lucha y supervivencia.
  
Era casi mediodía, la hora fijada, cuando Benjamín y el jefe de la comunidad cruzaron la espaciosa plaza cuadrangular, rodeada de columnas, situada ante el palacio de Justiniano. Tras ellos iba con paso cansino Joaquín, el joven fuerte y robusto, con una pesada carga sobre los hombros, envuelta en un paño. Despacio, con ademán grave y tranquilo, vistiendo sus sencillos y oscuros ropajes, los dos ancianos se dirigieron a la puerta de bronce de la Chalke, que daba acceso a la suntuosa sala del trono del emperador de Bizancio. Pero tuvieron que aguardar en la antesala más tiempo del previsto, pues era costumbre deliberada de la corte bizantina hacer esperar indefinidamente a los enviados y solicitantes, para que esta espera les enseñara a apreciar la extraordinaria merced que se les concedía al permitirles contemplar el rostro del más poderoso de la Tierra.

El candelabro enterrado es una metáfora de la perseverancia, del sufrimiento y del destino humano que evoluciona en una lenta espiral volviendo a pisar los pasos en un círculo lento e inexorable. La excelente capacidad narrativa del texto se pone al servicio del símbolo, en el que aquellos elegidos por la Literatura pueden leer entre líneas y descubrir la parábola de la Historia.



El candelabro enterrado
Stephan Zweig
Acantilado. 2007
139 pág.
ISBN 978-84-96489-87-5

Comentarios