He jugado con lobos. Gabriel Janer Manila

"Nunca he sido un lobo. Ni lo he sido, ni lo soy ahora, a pesar de que conviví con los lobos. No sé si llegamos a ser amigos. A veces me habría gustado ser un lobo; andar como los lobos —la cola tiesa, la mirada despierta, las orejas tensas—, correr como ellos, husmear como ellos y agujerear la oscuridad con los ojos. Quizás me habría gustado formar parte de su clan, percibir que me aceptaban en su familia, saber que su espacio, abierto y vasto, era también el mío: desde el arroyuelo que nacía allí cerca, en el fondo del valle, en una quebrada de las rocas, hasta el extremo de los bosques, al otro lado de las montañas. Aquél era su territorio. También fue el mío, y en algún momento creí ser el rey, en pugna con los lobos. O con su complicidad. Aprendí que más vale morir que vivir sometido. Y supe lo que significa resistir. No sé si llegué a desprender el olor de los lobos. Ahora, pasado el tiempo, a veces me he propuesto hurgar en mi cuerpo y he creído reconocer en mi piel su olor intenso y salvaje."

En 1976 Marcos Rodríguez Pantoja narra la historia de su infancia y juventud a Gabriel Janer Manila, quien escribe este relato intenso de supervivencia. Marcos nació en la posguerra española en el seno de una familia pobre, al fallecer su madre, mientras sus hermanos van a vivir con distintos familiares él permanece con su padre quien forma una nueva familia con una mujer y su hijo. Debido a la pobreza se trasladan a la sierra donde su padre trabaja de carbonero, hasta que un día su padre le entrega a un señor que le lleva al monte a trabajar de cabrero.

Así comienza una relación intensa con la naturaleza, en el bosque rodeado de animales, primero con la ayuda de un cabrero que le enseña el oficio y a sobrevivir, y después solo. Hasta que con dieciocho años es conducido por la guardia civil al pueblo y le presentan a su padre. Desde allí inicia un periplo en la sociedad intentando adaptarse a su nueva vida viviendo en casas de acogida y pensiones con trabajos precarios hasta que con la ayuda de una persona se traslada a Galicia.

Durante su infancia y adolescencia vive rodeado de animales, cuidándolos y sintiéndose protegido por ellos. Establecerá un vínculo único con lobos, una culebra, mochuelos... mientras vive en una cueva cuidando cabras. Su relato es un canto de amor a la naturaleza y los animales, y de tristeza y rechazo a una sociedad que desconoce las normas de convivencia con la naturaleza e ignora a sus propios congéneres.
  
"Alguien me dijo:
—Ese hombre es tu padre.
Pero no sentí por él ningún tipo de afecto. Lo vi cambiado y envejecido. No hablamos. Sólo me preguntó qué había hecho con la chaqueta que me había comprado.
La gente chillaba:
—Es el hombre de los bosques.
No sé quién exclamó:
—Han tenido a ese joven abandonado en medio de un valle, a merced de los lobos.
—¿Por qué?
—¿Qué hacía en el valle, entre alimañas?
—Es el hijo de una loba.
—Es el hijo de una loba y un pastor.
—¿Quién lo llevó al valle?
—Guardaba las cabras de un amo y las cuidaba para que criasen a los cabritos.
También vino el señor del valle, el propietario de las cabras. Dijo:
—Ese joven trabajaba en mi finca. Vigilaba las cabras y procuraba que se reprodujeran. Le he pagado al padre lo que habíamos convenido por ese trabajo. ¿Hay algo que objetar?
Consideraron que no había nada que decir. Ni el padre, ni los guardias, ni el cura del pueblo. Nadie tuvo nada que rebatir."






He jugado con lobos
Gabriel Janer Manila
Bridge. 2010
164 pág.
ISBN 978-84-246-3520-6

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