Elogio de la imperfección. Rita Levi-Montalcini

Mis ojos infantiles no veían la ciudad monárquica y fluvial (Turín) con tanta fascinación como la veía la mirada artística de De Chirico. Desde las ventanas de casa, en la cuarta planta de un edificio que miraba a una gran alameda, yo contemplaba, en los largos inviernos, los plátanos cargados de nieve y, más allá, en la plaza vecina, la estatua de Víctor Manuel II, «todo de bronce, cubierto de bandas, cordones y medallas», cuya gigantesca figura, sobre un pedestal que, a diferencia del de otros héroes nacionales, era más alto que los edificios decimonónicos que lo rodeaban, se recortaba contra el invernal cielo gris con la grandiosidad que cumplía al rey y artífice de la unidad nacional.
El orgullo de la misión cumplida se traslucía en su mirar altivo y ceñudo, y aún más en los bigotes que exornaban su labio superior. El escultor había exagerado deliberadamente sus enhiestas guías, que pueden verse también en los draguerrotipos de la época, como un símbolo de su virilidad.

Algo va mal cuando el mundo conoce a Cicciolina y no a Rita Levi-Montalcini. Algo va peor cuando Liliana Segre debe ir escoltada a sus 89 años.
Pero nos vamos a casa de un santo que terminó en Tower Hill, estamos en Bucklersbury, allí en una semana Erasmo terminó su elogio a la mal llamada locura, bien llamada necedad. Y tomando prestada la poesía de Yeats: “El intelecto del hombre ha de escoger / entre la perfección de la vida y la del trabajo” llegamos a la casilla de partida caminando a hombros de gigantes.

En el año 1987 Rita Levi-Montalcini publica Elogio de la imperfección, una autobiografía en la que camina desde su Turín natal con sus dos cromosomas x hasta Estocolmo donde recibirá el premio Nobel de Medicina por el descubrimiento del llamado factor de crecimiento nervioso. Toda su vida ha trabajado en busca del equilibrio consiguiendo alcanzar la imperfección, ni judía ni atea sino librepensadora, investigadora en Turín, en la universidad y en su casa donde llegó a montar laboratorio propio por las leyes raciones, y en Estados Unidos. En este elogio nos ofrece un relato profesional y vital en el que la imperfección se perfecciona, hay espacio para su vida personal y profesional, y para explicaciones científicas de forma accesible que inspiran a las nuevas generaciones. No son unas memorias rutinarias, sino un balance personal que comparte con los lectores en los que su amor por la ciencia y la libertad impregna cada letra.

El lenguaje, que es el mayor don concedido al hombre, y que le ha abierto los infinitos horizontes del pensamiento, los precipita en las simas del oscurantismo cuando fanáticos y cínicos caudillo de masas lo usan para incitar al odio.

Cuando cumplió los cien años dijo que no había ningún mérito en hacerse centenaria. La modestia es un pedestal que nos permite alzarnos para observar el mundo a nuestros pies.


Elogio de la imperfección: las memorias de la premio Nobel de Medicina 1986
Rita Levi-Montalcini
Tusquets. 2011
296 pág.
ISBN  978-84-9066-082-9

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