La vuelta al mundo en ochenta días. Julio Verne

En el año de 1872, la casa número 7 de Saville-Row, Burlington Gardens --en la cual murió Sheridan en 1814--, estaba habitada por Phileas Fogg, esq., quien a pesar de que parecía haber tomado el partido de no hacer nada que pudiese llamar la atención, era uno de los miembros más notables y singulares del Reform-Club de Londres.
Por consiguiente, Phileas Fogg, personaje enigmático, y del cual śolos e sabía que era un hombre muy galante y de los más cumplidos gentlemen de la alta sociedad inglesa, sucedía a uno de los más grandes oradores que honran a Inglaterra.

Phileas Fogg es un flemático caballero inglés de precisión milimétrica y espíritu viajero oculto que se embarca en una apuesta tan excéntrica como geográfica: dar la vuelta al mundo en ochenta días. Corre el año 1872 por los raíles del tiempo alimentado por el vapor de las calderas. Es el momento propicio para realizar un viaje en los distintos medios de transporte que caracterizan el siglo XIX tras la Revolución Industrial presidida por Inglaterra. Atravesamos el canal de Suez en los vapores ingleses que mantienen el poderío naval del imperio y en ferrocarril la India colonial y la excolonia americana convertida en una nación. Durante el viaje un detective incompetente de Scotland Yard, obsesionado por la prima económica que reporta capturar al ladrón de un banco londinense que confunde con Fogg, entorpece el viaje y lo llena de aventuras que Jean Passepartout, nuestro Picaporte español, criado de mister Fogg sufre con impaciencia infinita.

--Creo, señor, que haríamos bien en arribar a un puerto de la costa.
--Yo también lo creo-- respondió Phileas Fogg.
--¡Ah!--dijo el piloto--; pero ¿a cuál?
--Sólo conozco uno-- respondió tranquilamente mister Fogg.
--¿Y es?...
--Shangai.
El piloto estuvo unos momentos sin comprender lo que significaba esta respuesta y lo que encerraba de obstinación y tenacidad. Después exclamó:
--¡Pues bien, sí! El señor tiene razón. ¡A Shangai!
No es el año Verne, pero debería serlo siempre. En una de estas tertulias literarias de lectores aficionados cuando llegó mi turno sobre lo que estábamos leyendo, mi comentario --revisitando Verne-- provocó risitas. No me termino de acostumbrar, he de confesarlo aunque haya más hábito que monje. «Otra vez con libros infantiles, bueno no te ofendas juveniles».
Les ahorré una apología sobre el maestro y una filípica tremenda en torno a las clasificaciones despectivas de la literatura y la descontextualización de los factores coetáneos. También les ahorre otro comentario sobre mis hábitos lectores e intereses que resultarían pedantes y pasé turno.

Julio Verne fue un visionario que hoy en el siglo XXI sigue prisionero de un mercado editorial que lo ha alejado de sus lectores. Recientemente la reimpresión de sus textos junto con los grabados originales de Hetzel comienza a hacerle justicia aunando presencia con economía en un formato de distribución muy de la época. La traducción obsoleta, todavía me dura el susto al ver convertido Passepartout en Picaporte, juega a su favor porque nos ofrece la versión que se presentó al lector español al trasladar el folletín francés y la adaptación de la cubierta evoca exitosamente tanto las ediciones francesas del siglo XIX con la presencia de uno de los cuatro elefantes como otras obras exitosas del autor. 

Recientemente el grupo de investigación T3 Axel (Textos-Territorios-Tecnologías: Análisis cruzados entre lenguajes) de la universidad de Zaragoza ha trabajado los textos de Verne y puesto a disposición del lector digitalmente.


Iniciativas vernianas dignas de elogio y agradecimiento.




La vuelta al mundo en ochenta días
Julio Verne
RBA. 2019
259 pág.
ISBN  978-84-473-5574-7

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