Memorias de un desmemoriado. Benito Pérez Galdós

Incapacitado para el orden cronológico por la rebeldía innata de mis ideas, doy comienzo a esta primera parte de mi existencia por el fin o los medios de ella.
Omito lo referente a mi infancia que carece de interés o se diferencia poco de otras de chiquillos o bachilleres aplicaditos. El 63 o el 64 —y aquí flaquea un poco mi memoria— mis padres me mandaron a Madrid a estudiar Derecho, y vine a esta corte y entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía, como he referido en otro lugar. Escapándome de las Cátedras ganduleaba por calles, plazas y callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital. Mi vocación literaria se iniciaba con el prurito dramático, y si mis días se me iban en flanear por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias. Frecuentaba el Teatro Real y un café de la Puerta del Sol, donde se reunía buen golpe de mis paisanos.

Su timidez en el habla y su reserva en la vida personal, se presenta en los últimos días de su vida, perdida la vista y acogido a la desmemoria, para componer unas memorias esbozadas con recuerdos anecdóticos. Tras el fracaso en 1912 al vencer la campaña conservadora oponiéndose a la candidatura del Premio Nobel, el escritor vive unas estrecheces económicas que Manuel Carretero en una entrevista en Por los mundos airea provocando una unánime reacción. Así surge una suscripción que alivia la pobreza de su casa en la calle hoy Alberto Aguilera, antigua Areneros, y suscita un encargo por parte del semanario cultural La Esfera: la publicación de sus memorias. Aunque se viese interrumpido el proyecto por desavenencias editoriales, se publican en trece entregas entre el 4 de marzo y el 14 de octubre de 1916, y se publicarán posteriormente en un volumen bajo el nombre de Memorias de un desmemoriado.

Galdos mantiene una línea de timidez que ya había mostrado en numerosas ocasiones como su mutismo en el parlamento, por lo que sus viviencias personales se convierten en experiencias culturales de viajes, lecturas, amistades y momentos históricos que relata con modestia. Nos relata su pasión por los viajes y asistimos a sus recorridos por Inglaterra, Alemania, Italia con subida al Vesubio incluida sintiendose atraido especialmente por los lugares donde otros grandes escritores vivieron.

Ya estamos en la Abadía de Westminster. Siempre que penetro en este templo siéntome como el que asiste a llevar una ofrenda a los dioses o a los mortales que con lo, dioses se codean. Ni Francia en su Panteón ni nosotros en nuestro Escorial hemos igualado a lo que los ingleses han hecho aquí. Sepulturas de reyes tenemos nosotros. Sepulturas de grandes hombres tiene Francia; pero ni en una ni en otra parte del Continente se ha conseguido, como en Londres, la incineración y glorificación de todas las grandezas de una raza.

Tiene 73 años, la vista muy deteriorada próxima a la ceguera y desea descansar. Este será su penúltima obra, le resta solo la tragicomedia Santa Juana de Castilla para dejar el lápiz. Y cumple con más obligación que devoción, a lo que se suma un carteo en un nuevo conflicto editorial para el que no le resta fuerzas. Además hay que entender estas memorias en su edición original como una serie de artículos breves que se publicarían espaciados, así repite la evocación espiritual de la memoria, se detiene en anécdotas y descripciones de ciudades que visita para atraer al lector. Desmemoriado y ciego se entrega al descanso definitivo en 1920.

Su entierro en el cementerio de la Almudena fue multitudinario, hoy sabemos donde están sus restos, no han caido en el olvido como denunció en La casa de Shakespeare sobre nuestros grandes Velázquez y Cervantes, pero el nuevo concepto del Panteón de los Hombres Ilustres recién estrenado tras el fracaso del de San Francisco estaba cerrado para la literatura.



Memorias de un desmemoriado
Benito Pérez Galdós
El Nadir. 2012
152 pág.
ISBN  978-84-92890415












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