Ven, dulce muerte. Wolf Haas

¡Y dale!, ha vuelto a ocurrir algo. 
Un día que comienza así sólo puede ir a peor. No es que yo sea supersticioso; no soy, ni mucho menos, de los que temen desgracias cuando un gato negro se les atraviesa en el camino o que al paso de una ambulancia hacen la señal de la cruz para conjurar el quirófano. 
Tampoco digo martes y trece. Porque fue un lunes veintitrés cuando, tumbado en medio de la Pötzleinsdorfer Strasse, Ettore Sulzenbacher lloraba como para ablandar el corazón de las piedras.
Cuando la señora Sulzenbacher lo encontró en aquel lugar, primero pensó que era el consabido berrinche por el nombre de pila que había puesto a su hijo hacía siete años, pero luego advirtió el motivo real de su desconsuelo: al lado de Ettore yacía el cuerpo sin vida de su gato Ningnong.

Simon Brenner, ex-policía reconvertido en detective busca la estabilidad laboral sirviendo como conductor de ambulancias. Dispone de vivienda en la propia central de avisos, buenas perspectivas de jubilación y sueldo seguro. Todo se tuerce cuando su jefe, conocedor de su pasado como investigador, le hace participe de la rivalidad in crescendo existente entre los dos servicios de ambulancias de la ciudad.

Y aunque lo olvides todo, una cosa quiero que recuerdes en la vida: cuando alguien te viene hablando con palabras untuosas, puedes estar seguro de que algo esconde. Brenner enseguida se dió cuenta de que el júnior no quería admitir que la muerte de Pongo le afectaba. Al igual que Hansi Munz, que anoche había mostrado una insolencia insoportable, el júnior hablaba con una unción que no se aguantaba.
-- El concepto de servicio de ambulancias tiene exactamente ciento treinta y nueve años de existencia.
Luego, claro no podía faltar la referencia a la batalla de Solferino, que si escabechina absurda, que si Henri Dunant, que si patatín que si patatán.

En la tercera investigación del detective Simon Brenner nos mudamos a Viena, en torno a la que hemos estado rotando en sus dos casos anteriores. Pero, al acercarnos, ese poder de atracción y destrucción que tienen las ciudades nos quema, como el sol va quemando el mundo a la vez que lo hace posible. Y aunque Brenner mantiene su humor y despiste, sufre la magnificación en la que vive todo habitante de gran ciudad incrementándose un ritmo de violencia y dispersión que nos aleja de ese Brenner observador al que nos habíamos acostumbrado.

Haas mantiene una trama trabajada en una estructura tejida con meticulosidad, sin embargo han desaparecido esos juegos de palabras y ese vocabulario que disecciona la realidad sometida al escrutinio del microscopio. Pero, como siempre hay un pero, indebidamente pero inevitablemente comparamos con sus anteriores libros y así descubrimos como nuestro comisario nos da la espalda, tal y como Viena se la da a su gran río.





Ven, dulce muerte.
Woolf Haas
Siruela. 2012
184 pág.
ISBN 978-84-9841-905-4

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