Viaje al Vesubio. Duque de Rivas

Desde mi llegada a Nápoles, el objeto que más me ha ocupado la imaginación ha sido el Vesubio, este soberbio gigante que se alza aislado y solo en medió de la llanura más hermosa y apacible del mundo, que domina el golfo más risueño del Mediterráneo, que se ve circundado a respetuosa distancia por elevados montes cubiertos de población y de arboleda, y que mira a sus pies, más como tirano que como protector, una de las primeras y más ricas capitales de Europa, considerables y risueñas poblaciones y preciosas quintas, que duermen tranquilas sobre otras famosas ciudades y apacibles jardines que ha devorado el volcán. Así, los niños juegan, travesean, descansan y duermen entre los árboles y flores del cementerio en que yacen sus abuelos, sin recordar siquiera sus nombres y sin pensar que los aguarda el mismo destino.

Ángel de Saavedra, III Duque de Rivas, dramaturgo, poeta, pintor, político, embajador, alcalde de Madrid, director de la Real Academia de la Lengua, miembro fundador del Ateneo, académico de la Real Academia de la Historia, y presidente del gobierno por dos días viaja a Nápoles en 1846 como ministro plenipotenciario ante el rey de las Dos Sicilias. Allí se enamora de la ciudad en la que reside seis años dedicados a su labor como embajador y dedicado a la escritura: poesía, leyendas, relatos de viajes como la ascensión  al Vesubio o el viaje a las ruinas de Pesto. En 1850 abandona Nápoles junto con la embajada ante el proyecto de matrimonio organizado por el rey de Nápoles de la infanta Carolina con el pretendiente carlista al trono de España. Así terminan los años que considera más felices de su vida.

Esta es la época de los literatos diplomáticos, en la embajada comparte literatura y fiestas con Juan Valera. La política del siglo XIX tan exasperada como exasperante acoge un plantel de poetas, dramaturgos, escritores que hoy en día nos sorprende.

El viaje al Vesubio en un breve relato en el que recoge la excursión nocturna con ascenso entre hachones de luz al volcán con el objetivo de disfrutar el magnífico amanecer. Entre anécdotas y descripciones de admiración romántica recorremos las sendas napolitanas primero en carruaje, andando e incluso algunos viajeros en portantinas, unas sillas porteadas por forzudos habitantes del lugar. En tan breve texto hay espacio para realizar una descripción geológica e histórica sin poder evitar al imprescindible Plinio en la playa de Pompeya que concluye con un amanecer poético de contenido romanticismo.

En Viaje a las ruinas de Pesto, su texto hermano viajamos a las ruinas de la Magna Grecia (Paestum) siguiendo la costa para admirar los monumentales templos. En el viaje vivimos una escena nocturna en la visita a un convento de anacoretas en el que suena un órgano que le recuerda el sino de Don Álvaro. Es literatura hecha realidad, el verso convertido en carne, la sensibilidad romántica en literatura de viajes.


Disponible en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Publicación original: Madrid, Aguilar, 1956. Notas de reproducción original: Edición digital a partir de Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1956, pp. 1519-1526.


Viaje al Vesubio
Duque de Rivas
Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.1999
7 pág.

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