Concierto barroco. Alejo Carpentier

De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de plata los jarros fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de algas; de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las cucharillas con adorno de iniciales... Y todo esto se iba llevando quedamente, acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas penumbras con cajas de madera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojoos, bajo la vigilancia del Amo que, de bata, sólo hacía sonar la plata, de cuando en cuando , al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una bacinilla de plata, cuyo fondo se ornaba de un malicioso ojo de plata, pronto cegado por una espuma que de tanto reflejar la plata acaba por parecer plateada...


El Amo viaja de Veracruz a Venecia pasando por una Habana pestilente y un caserón provinciano llamado Madrid. Acompañado de su criado negro llega a la Venecia de los Carnavales donde disfrazado de Montezuma inspira la música de Vivaldi. Así nace la primera ópera sobre el Nuevo Mundo. Durante este peregrinaje musical descubrimos la belleza de las jóvenes del Ospedale della Pietà y la inolvidable trompeta de Louis Amstrong que anuncia, como los mori de San Marco, la llegada del fin que es a su vez, principio.

Y gritando «falso, falso, falso, todo falso», corre hacia el preste pelirrojo que termina de doblar sus partituras, secándose el sudor con un gran pañuelo a cuadros. «¿Falso...qué », pregunta, atónico, el músico.  «Todo. Ese final es una estupidez. La Historia... » «La ópera no es cosa de historiadores. »

Si te preguntan cuál es el mejor incipit que has leído, no te atreves a rebatir  Historia de dos ciudades. En tu interior confiesas, lejos del eurocentrismo tan blanco y tan masculino que parece ser incorrecto, que no solo puede haber uno, que nadie puede desbancar al Quijote, ni siquiera a Cien años de soledad, hasta que lees Concierto barroco y lees y relees atrapado por el martilleo de la plata batida.

Si piensas cual es la cubierta que más te ha ofrecido, mi respuesta será el Concierto barroco de Carpentier en Alianza. Parecía pedir un instrumento, una evocación clásica, pero Cuba, esa isla que no vió nacer a Carpentier, pero si alimentó su prosa y el pincel de Wifredo Lam, da lugar a esta Ventana. Es tan solo un detalle de uno de los cuadro de Wifredo, sin l, nacido en Cuba, en 1902, hijo de chino y negra colorá en sus palabras, concebido a los 84 años por su padre, octavo de los hijos, criado entre los rituales de su madrina santera Mantoñica Wilson. Este crisol está en la jungla de su pintura, en la portada de este concierto cacofónico que se acompasa linealmente para dar pie a un juego de palabras que seduce como canto de sirenas.

Recién leido, ya lo he releido, su amable brevedad y sus juegos de palabras, rítmicos y musicales, son el canto de las sirenas. Todos los años encuentro la lectura del año, esta vez más pronto que tarde.


Concierto barroco
Alejo Carpentier
Alianza. 2003
102 pág.
ISBN 9788420633623

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