La piedra angular. Emilia Pardo Bazán

Rendido ya de lo mucho que se prolongara la consulta aquella tarde tan gris y melancólica del mes de marzo, el Doctor Moragas se echó atrás en el sillón; suspiró arqueando el pecho; se atusó el cabello blanco y rizoso, y tendió involuntariamente la mano hacia el último número de la Revue de Psychiatrie, intonso aún, puesto sobre la mesa al lado de cartas sin abrir y periódicos fajados. Mas antes de que deslizase la plegadera de marfil entre las hojas del primer pliego, abriose con estrépito la puerta frontera a la mesa escritorio, y saltando, rebosando risa, batiendo palmas, entró una criatura de tres a cuatro años, que no paró en su vertiginosa carrera hasta abrazarse a una pierna del Doctor.

El doctor Moragas atiende en su consulta al último enfermo del día, tras la consulta marcha de paseo con su hija al campo. Allí verá pasar un grupo de personas, llevan presa a una mujer acusada de haber asesinado a su marido junto a su cuñado. Al regreso a la ciudad, el doctor es requerido por una mujer, cuando acude encuentra a un niño herido por una pelea de pedradas, es el hijo del verdugo.
El doctor es un hombre de ciencia y de moral, rechaza la institución de la pena de muerte personificada en el verdugo, pero a la vez no puede rechazar atender a un paciente. Se compadece de la presunta asesina y del escarnio que soporta. En la tertulia de la ciudad, Marineda trasunto de La Coruña ciudad natal de la autora, se realiza juicio paralelo que deriva en un debate sobre la piedra angular de la sociedad, elemento fundamental de justicia y orden: la pena de muerte ejecutada en garrote vil.

El necio de Cáñamo obedece al sentimiento; pero al sentimiento malo,  inconfesable, indigno, del rencor, el miedo y la venganza. El criminal, para él, es un enemigo personal; el verdugo, un aliado y un defensor; el patíbulo, la piedra angular. ¿Quién lo duda? Cáñamo se inspira en la primitiva ley de la humanidad, que fue la del talión: ojo por ojo y diente por diente. Y así como todavía viven entre nosotros ejemplares de humanidad primitiva, todavía ese espíritu de venganza personal subsiste en los códigos.

Emilia Pardo Bazán escribió en 1891 este alegato en contra de la pena de muerte, instrumento de justicia que estaría vigente en España hasta 1978. La última ejecución con garrote vil, soga al cuello tensada por torniquete mientras el reo estaba sentado, fue en 1974. Había tres garrotes diseñados en función de la clase social del ajusticiado: noble, ordinario y vil; era pura imagen, el objetivo era el mismo, la amenaza social a través del asesinato.

Marineda se despliega ante nosotros en los barrios pobres en los que vive el verdugo, abandonado por su mujer debido a la exclusión social que genera su profesión y su hijo, rechazado y apedreado por los otros chicos de la ciudad. Recorremos los barrios nobles con su empedrada calle Mayor y entramos en las tertulias donde Arturo Cáñamo, alias Siete patíbulos, defiende con la cúspide burguesa masculina la importancia de la pena de muerte. Pardo Bazán de la mano del doctor nos lleva a recorrer las prisiones de la época denunciando y reconociendo la labor de Concepción Arenal, gallega como ella que abogó por la mejora de las condiciones de los presos y de las mujeres. Esta novela es el mundo marinedino de escenarios y personajes que encontramos en otras obras como Mauro Pareja o Primo Cova, es la piedra angular de su pensamiento: la defensa del desfavorecido.




La piedra angular
Emilia Pardo Bazán
Anaya. 1989
224 pág.
ISBN 84-7525-291-5

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