Pachín González. José María de Pereda

Salió de su casa el día preciso (el de los Difuntos, por más señas), después de oír las tres misas del párroco de su aldea; día bien triste, ciertamente, para los vivos, si tienen memoria para recordar y corazón para sentir, porque los hay que no sienten ni recuerdan, sobre los cuales pasan esas y otras remembranzas como el viento sobre las rocas. Sin los alientos que le infundió el cura aquella misma mañana, sabe Dios si hubiera padecido serios quebrantos su resolución, porque fue mucho lo que lloró su madre oyendo las misas y comulgando a su lado, aunque afirmaba la buena mujer que solamente lloraba por los pedazos de su corazón que pudrían en la tierra: por aquel esposo tan providente y tan bueno, por aquella hija tan garrida y cariñosa, cuyas vidas había segado el dalle de la muerte tres años antes. Sería o no sería esto la pura verdad en opinión del hijo, que también lagrimeaba por contagio y a cuya sutileza de magín no se ocultaban ciertas cosas; pero las reflexiones del párroco por una parte, y por otra la labor tentadora de cierto diablejo que no descansaba un punto en su imaginación pintándole cuadro tras de cuadro y siempre el último más risueño que el anterior, lograron hacerle triunfar, sin gran esfuerzo, de sus flaquezas de hombre y de sus ternuras de hijo cariñoso. Tocante a lo señalado del día, no era posible elegir otro más alegre. El vapor zarpaba el 4 a media mañana, y no le sobraba una hora del 3 para despachar debidamente los indispensables quehaceres que le esperaban en la ciudad.

Pachín, junto a su madre, ultima los trámites necesarios antes de embarcarse hacia las Américas en busca de fortuna. En el puerto surge una columna de humo que atrae a numerosos curiosos que comentan a Pachín que un barco está ardiendo. Es digno de ver para un mozo y su madre que no han salido nunca de un pequeño pueblo de la montaña por lo que se colocan en primera fila observando los intentos de los bomberos por sofocar el fuego y la fila de autoridades de la ciudad dando órdenes.
Mientras observa con curiosidad lee el nombre del barco en letras doradas inscritas en el casco: Cabo Machichaco. Un vapor se acerca con la intención de hundir el barco para sofocar las llamas, sin embargo durante las operaciones el barco explota causando numerosos heridos y muertos. Pachín, separado de su madre por la onda explosiva, recorre el puerto, la casa socorro, la ciudad y el hospital en su busca. En el camino tropieza con cientos de heridos, muertos y personas que han perdido su hogar.
Al día siguiente la prensa describe la pesadilla de la ciudad.

Por último..., un aviso de la Alcaldía en el que se suplicaba a los propietarios que hicieran reconocer los tejados de sus casas, y si encontraban en ellos restos humanos, los recogieran cuidadosamente para darles cristiana sepultura...

José María de Pereda nos ofrece un relato de la tragedia que marcaría Santander por muchos años, la explosión en el puerto del barco Cabo Machichaco a causa de la carga de dinamita que portaba en sus bodegas sin declarar. El número de fallecidos y heridos se contó por centenares y la fachada al mar de la ciudad quedó destruida por la explosión con grandes perdidas económicas. La tarde del 3 de noviembre de 1893 quedó impresa en la memoria de la ciudad y en la del escritor que presenció desde la terraza de su casa la catástrofe. De la profunda conmoción surge esta novela reportaje en la que despliega todo su talento literario impregnado por una gran sensibilidad humana.

La edición, perteneciente a la colección Clásicos de la Literatura Universal, incluye tres breves relatos de Pereda: De Patricio Rigüelta (redivivo) a Gildo "el Letrado", su hijo, en Coterueco; Cutres y El reo de P.

Texto disponible en Cervantes Virtual

Comentario a la obra con fotografías en el Centro de Estudios Montañeses



Pachín González
José María de Pereda
Mainer Til. 1995
189 pág.
ISBN84-89122-16-4

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