La semilla de la bruja. Margaret Atwood

Lunes, 7 de enero de 2013

Felix se cepilla los dientes. Luego cepilla los otros dientes, los postizos, y se los mete en la boca. A pesar de la capa de adhesivo rosa que les ha aplicado, no encajan demasiado bien; tal vez se le esté encogiendo la boca. Sonríe: es la ilusión de una sonrisa. Fingimiento, falsificación, pero ¿quién se va a dar cuenta?

En otra época habría llamado a su dentista para concertar una cita y habría ocupado el lujoso sillón de imitación de cuero, ante el rostro preocupado que olería a colutorio de menta y las manos hábiles que blandirían instrumentos brillantes. «Ah, sí, ya veo. No es preocupante, se lo arreglaremos». Igual que llevar el coche a la revisión. Incluso le habría dejado escuchar música con los auriculares y tomar un pildora para atontarse.

Pero ahora no puede permitirse esos ajustes profesionales. Su seguro médico es barato, así que está a merced de sus poco fiables dientes. También es mala suerte, eso sí que sería el broche de oro: un cataclismo dental.

Leer a Margaret Atwood es explorar territorio incógnito. Cada libro es un mundo tan personal como sorprendente con una característica tan terrible como emocionante: parece tan lejano y esta tan cerca de nosotros. Leer sus novelas es usar un microscopio a través del cual descubrimos nuevos mundos. En esta ocasión nos traslada desde el despido de un director de teatro a una prisión donde inicia con ilusión un nuevo proyecto teatral. Frustración, ilusión, venganza... el montaje teatral que se organiza en la prisión es el catalizador de este fuego de emociones que recrea La Tempestad de Shakespeare. 

Avanzar en la lectura es navegar en un mundo de paralelismos: la cárcel como isla, el teatro como magia, y Miranda convertida en hija y guía de los personajes y de los lectores. Solo el talento creativo de Atwood podía rendir un homenaje tan excepcional a la inolvidable tempestad literaria.






La semilla de la bruja
Margaret Atwood
Lumen. 2018
336 pág.
ISBN 978-8426404404

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