Las once mil vergas. Guillaume Apollinaire

Bucarest es una bella villa donde parece que vayan a mezclarse el Oriente y el Occidente. Aún estamos en Europa si atendemos meramente a la situación geográfica; pero estamos ya en Asia si nos remitimos a ciertas costumbres del país, a los turcos, a los serbios y otras razas macedonias de las que se ven por las calles pintorescos especímenes. No obstante es un país latino, los soldados romanos que colonizaron el país tenían sin duda el pensamiento constantemente puesto en Roma, entonces capital del mundo y cabeza de todas las elegancias. Esta nostalgia occidental se ha transmitido a sus descendientes: los rumanos piensan sin cesar en una ciudad donde el lujo es natural, donde la vida es alegre. Pero Roma ha sido despojada de su esplendor, la reina de las ciudades ha cedido su corona a París y no resulta extraño que, por un fenómeno atávico, el pensamiento de los rumanos esté sin cesar puesto en París, ¡que tan bien ha reemplazado a Roma en la cabeza del universo!

Al igual que los otros rumanos, el bello príncipe Vibescu soñaba con París, la Ville-Lumière, donde las mujeres, todas bellas, son todas fáciles también.

 
Publicadas de forma semi-anónima bajo sus iniciales en 1907, Las once mil vergas o los amores de un hospodar, se difundió en los círculos artísticos de los que el autor formaba parte activa. Rápidamente cobran popularidad por su temática erótica y escabrosa aunque en voz baja. Su autor, un secreto a voces, complacido por el éxito e interés despertado continuará su creación erótica con algún otro texto. La rutinaria sucesión de escenas a cual más exagerada y morbosa no consiguen ocultar la calidad literaria de este breve texto que recoge escenarios y contexto histórico con interés tan coherente como crítico, pero que alcanza su mayor éxito en el juego de palabras que para desgracia del lector se difumina, cuando no se pierde con las traducciones. 

Entre escena erótica y pornográfica viajamos de Bucarest a París, subimos en el Orient-Express, alcanzamos Rusia y en plena guerra ruso-japonesa, Port-Arthur. Cocheros, policías, militares, criados, espías... se ejercitan en busca del escándalo con un autonombrado príncipe y descendiente de un hospodar (gobernador provincial en el Imperio Otomano). Mony Vibescu, Mony falo en rumano y Vibescu sexo anal en argot francés, hace honor a los juegos poéticos de palabra tan visuales como las escenas que vive.

Tras la ejecución sumaria del espía Egon Müller y de la puta japonesa Kilyému, el príncipe Vibescu se había vuelto muy popular en Port-Arthur.
Un día, el general Stoessel le hizo llamar y le entregó un pliego diciendo:
—Príncipe Vibescu, pese a no ser ruso, no dejáis de ser uno de los mejores oficiales de la plaza… Esperamos ayuda, pero es preciso que el general Kouropatkine se apresure… Si tarda mucho habrá que capitular… Esos perros japoneses nos acechan y su fanatismo acabará un día con nuestra resistencia. Es preciso que atraveséis las líneas japonesas y entreguéis este despacho al generalísimo.
Prepararon un globo.
 
 
Escandalosa por el contenido, pero lúcida y original en su expresión, la alejan de la novela erótica de consumo. La exageración imaginativa con escenas a cual más forzada, incluso para nuestra época tan de Grey: empalamientos, pederastia, necrofilia, bestialidad, vampirismo... convierten el texto en una sátira en la que el autor se ríe de la sociedad y de si mismo, a la vez que cultiva su morbo en una ironía literaria.
En definitiva, pura sátira lírica, con un punto de roman à clef, moderna y crítica, que a día de hoy no consigue arrancar tantas carcajadas como debería. Todo parece indicar que continuará siendo tan incomprendida como malinterpretada.



Las once mil vergas
Guillaume Apollinaire
Valdemar. 2008
168 pág.
ISBN 9788477026198

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