El clavo. Pedro Antonio de Alarcón

Lo que más ardientemente desea todo el que pone el pie en el estribo de una diligencia para emprender un largo viaje, es que los compañeros de departamento que le toquen en suerte sean de amena conversación y, tengan sus mismos gustos, sus mismos vicios, pocas impertinencias, buena educación y una franqueza que no raye en familiaridad.

Porque, como ya han dicho y demostrado Larra, Kock, Soulié y otros escritores de costumbres, es asunto muy serio esa improvisada e íntima reunión de dos o más personas que nunca se han visto, ni quizá han de volver a verse sobre la tierra, y destinadas, sin embargo, por un capricho del azar, a codearse dos o tres días, a almorzar, comer y cenar juntas, a dormir una encima de otra, a manifestarse, en fin, recíprocamente con ese abandono y confianza que no concedemos ni aun a nuestros mayores amigos; esto es, con los hábitos y flaquezas de casa y de familia.

Otoño, 1844, nuestro viajero protagonista se dispone a iniciar un viaje por diligencia de Granada a Madrid. Puede ser una noche larga en esa "jaula" poco cómoda que son los coches de la época. Pero, nuestro viajero está más preocupado por la compañía que por los baches o bandoleros. Así comienza este breve relato que dará lugar a un segundo cuando el protagonista, Felipe, se encuentre con un viejo amigo juez que a su vez le relata una historia de desamor.

Como una muñeca matrioshka este segundo relato da pie a un tercero cuando juntos el día de difuntos visitan el cementerio y descubren una calavera con un clavo. Así, comienzan una investigación con el objetivo de descubrir el asesino. Esta tercera historia concluye con un desenlace que une la primera, el viaje en la diligencia, con la segunda, el desamor del juez.

Pasados más de cien años desde su publicación, el relato con elementos románticos (mujer ideal melancólica, tormenta con truenos, visita al cementerio, calaveras con mechones de pelos...), redacción algo folletinesca (diálogos, terminación de capítulos expectante, sucesos exagerados, misterios previsibles...) puede incluso disgustar al lector actual. Pero, si nos detenemos a observar un vocabulario rico con guiños al mundo jurídico y el juego de relato dentro de otro, reconoceremos un cuento bien elaborado muy atento a las descripciones.



El clavo
Pedro Antonio de Alarcón
Cervantes Virtual. 1999.

Comentarios