Donde las Hurdes se llaman Cabrera. Ramón Carnicer

En un tiempo antiguo y difícil de averiguar pero que imagino perteneciente a la primera Edad Media --a causa de unos nombres visigóticos de tan hirsuto pelaje como puedan serlo los de Liuva o Chindasvinto--, un miembro de la familia Froylaz, descendiente del conde don Fruela, Señor de Valdeorras, construyó un puente sobre el río Cabrera. El libro de donde tomo la noticia califica de famoso a don Fruela, fama de la cual no es lícito dudar, dada la sonoridad del nombre. Con su puente, el diligente vástago del conde, amén de enlazar sus posesiones de manera confortable, facilitó a los habitantes de la Cabrera la entrada y salida hacia Galicia por su acceso natural y el tránsito seguro y en seco sobre el río, mediante pago del pertinente pontazgo.

Ramón Carnicer publicó en 1964 este libro de viajes, retrato vívido de la pobreza y atraso de esta comarca de la que fue testigo. Cruzado el puente colgante sobre el Sil la narración camina desde el Puente de Domingo Flórez siguiendo la ribera del Cabreira. Mientras leo el inicio prometedor de un viaje en el tiempo, en una pausa viajo a través del Google Street y cruzo el puente. Camino a golpe de clic por el pueblo seguido por un todo terreno, los niños salen del cole chaqueta en mano y miran expectantes ese coche que lleva algo raro en el techo. Yo también lo he visto en la sombra que proyecta. Los tiempos han llevado la anhelada carretera a la región, la vida ha mejorado y la emigración sigue presente.

Cabreira no es ese sitio pobre que perdura desde los tiempos de Don Alfonso. Se ve limpio e industrioso por lo que regreso a la visita de Carnicer. Voy y vengo del texto a la pantalla, paso por Castroquilame y Pombreigo a vista de satélite mientras Carnicer me muestra una vida dura, pobre y estructurada. Desfilan ante mis ojos los sacerdotes, las maestras, los agricultores, asalariados camino de la mina, arrieros, el médico y los niños que miran sinceros la cámara fotográfica.

Descubro sacerdotes de nula vocación, maestros tan dedicados como desilusionados, jornadas laborales extenuantes que solo dan para enfermar y un indiano con su terno y reloj de oro materializa los sueños de los aldeanos.




Donde las Hurdes se llaman Cabrera
Ramón Carnicer
Gadir. 2012
188 pág.
ISBN 978-8496974982

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