
Se da el caso que Kostas Jaritos es más conocido que Petros Márkaris. No es el primero ni el último que cae bajo el paso de su personaje, tal como Moriarty frente a Sherlock y éste frente a Doyle. Kostas se conoce al dedillo Atenas, en realidad es Petros quien lo hace recorrer barrios entre asesinatos.
En esta ocasión Kostas permanece dormido en el escritorio de la comisaria, y Petros se dirige en taxi al Pireo, allí tras pasear por el puerto y probar el pescado monta en metro recorriendo con paciencia, nostalgia y tristeza una línea que antes de llegar a Atenas le recuerda su infancia y juventud en cada barrio.
El metro se convierte en una máquina del tiempo que nos lleva a la juventud del autor, a la antigüedad, a las recientes olimpiadas, a la crisis económica e incluso a la época de esplendor de las navieras griegas. De Nauplia a Atenas, de otomanos a reyes de Baviera, la ciudad crece acogiendo inmigrantes que pasan de la pobreza al empobrecimiento.
Si se quiere poner a prueba la resistencia de un extranjero en Grecia, no hace falta mandarlo a Corfú, a Rodas o a Miconos, basta con dejarlo en plena canícula a las dos de la tarde en la plaza Omonia, cuando hay un atasco descomunal de tráfico, los coches no paran de tocar las bocinas, la mitad de los conductores insulta a la otra mitad, el interior de la plaza y las aceras están repletas como nunca de parados (locales e inmigrantes) que matan el tiempo charlando de cualquier cosa y, por si fuera poco y como castigo divino, todo ello bajo un sol de justicia que te abrasa el cráneo.
Próxima estación, Atenas, es un libro de viajes, es un cántico nostálgico, es un encuentro entre dos viejos amantes que todavía tienen mucho que decirse y mucho que olvidar.
En esta ocasión Kostas permanece dormido en el escritorio de la comisaria, y Petros se dirige en taxi al Pireo, allí tras pasear por el puerto y probar el pescado monta en metro recorriendo con paciencia, nostalgia y tristeza una línea que antes de llegar a Atenas le recuerda su infancia y juventud en cada barrio.
El metro se convierte en una máquina del tiempo que nos lleva a la juventud del autor, a la antigüedad, a las recientes olimpiadas, a la crisis económica e incluso a la época de esplendor de las navieras griegas. De Nauplia a Atenas, de otomanos a reyes de Baviera, la ciudad crece acogiendo inmigrantes que pasan de la pobreza al empobrecimiento.
Si se quiere poner a prueba la resistencia de un extranjero en Grecia, no hace falta mandarlo a Corfú, a Rodas o a Miconos, basta con dejarlo en plena canícula a las dos de la tarde en la plaza Omonia, cuando hay un atasco descomunal de tráfico, los coches no paran de tocar las bocinas, la mitad de los conductores insulta a la otra mitad, el interior de la plaza y las aceras están repletas como nunca de parados (locales e inmigrantes) que matan el tiempo charlando de cualquier cosa y, por si fuera poco y como castigo divino, todo ello bajo un sol de justicia que te abrasa el cráneo.
Próxima estación, Atenas, es un libro de viajes, es un cántico nostálgico, es un encuentro entre dos viejos amantes que todavía tienen mucho que decirse y mucho que olvidar.




Próxima estación, Atenas
Petros Márkaris
Tusquets. 2018
224 pág.
ISBN 978-84-9066-508-4
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